Nos vamos a Amsterdam

Lo hemos logrado. Después de sudadas interminables y hondonadas de kilómetros que han pasado bajo nuestros pies, ha llegado el momento que marcará nuestra vida de corredores, y quizá de muchas cosas más.

Quiero dedicar esta entrada a… mi peluquero, José, que siempre se emocionaba contándome cuánto había sufrido corriendo maratones, pero qué grande se te hacía el espíritu, qué poder te daba saber que si has hecho eso, entonces puedes hacerlo todo. Allí mismo, en esa peluquería de Carabanchel y hace más de diez años, recuerdo que amenicé mi espera leyendo una de las revistas, que allí, por supuesto, eran de atletismo. En uno de los artículos de esa revista contaba, mediante viñetas, la experiencia de dos corredores de maratón que cada 10 kilómetros comentaban sus sensaciones. Bien frescos iban a los 10, y muy orgullosos con 20 kilómetros detrás, seguros de que eso era pan comido. Eso sí, a los 30 kilómetros, no podían con su alma… Es curioso, recuerdo verles con la lengua fuera, pero no recuerdo qué decían a los 40, y al final de la carrera. Supongo que es porque eso hay que vivirlo. De los 30 a los 42 (y pico). Ese es nuestro privilegio, el saber qué se siente al pasar por ese tramo, para después cruzar la meta. Sufriremos, seguro, pero sé que, por siempre, recordaremos ese sufrir como una de las cosas más placenteras de nuestra vida.

Korremos, o en otras palabras, corremos con Ka. Eso sí que es un aliciente. Seco, yo y las carreras populares no tenemos sentido sin Ka, nuestra compañera de tiradas largas y cortas. Hemos quemado las medias de Madrid y de Segovia, San Silvestres a porrón, aquella Canillejas de grandes marcas y sobre todo, entrenamientos por Ciudad Universitaria y la Dehesa de la Villa que nos unieron aún más. Está fuerte, según lo que va contando, así que yo creo que nos acompañará más de lo que cree, pero no se lo digáis, que lo viva. Sé que si corriendo acompañado de Seco en la tirada larga me vi muy fuerte, entonces el tiempo que esté Ka con nosotros, vamos a volar.

Bueno, me dicen por aquí que no deje de mandar un saludo a mis fieles compañeras, que sí, que también correrán conmigo. Son bastante nuevas, aunque ya trabajadas, y realmente sólo han cambiado el color respecto a mis viejas amigas que me han acompañado en mil batallas, así que es como si fueran las de siempre. Os las presento: mis “zapas”:

Sobre todo cuando hago tiradas largas, me pongo a pensar y me pregunto: ¿por qué corro? Es la típica pregunta, a la que los graciosos responden que huyes de alguien, a la que los interesantes responden que liberas serotonina que te hace feliz además de ser buena cardiovascularmente, y los futbolistas te dicen que corres porque buscas el balón. Muchas respuestas según quién la responda, como con casi todas las preguntas. Pero para mí, yo, que lo hago bastante a menudo, que la maratón de este domingo va a ser un hito importantísimo en mi vida, ¿por qué?  ¿por qué corro yo?

Como ya dije en otra entrada, corremos para ser felices y corremos para seguir siéndolo. Correr me ha hecho unirme más a Seco y a Ka, retarnos, superarnos a nosotros mismos, gritar y disfrutar (ahora me viene a la mente  Ka, corriendo hacia el podium, en el trofeo Maratón Campo a Través, y yo dándole voces: ¡¡vas tercera, vas tercera!!). Corriendo se me han pasado cabreos, he resuelto problemas de la universidad o del trabajo, también he perdido mucho tiempo, que a veces es maravilloso, y ahora sé que era tiempo ganado. Me han gritado mis padres y mi hermana, y Blanca, dándome el último aliento que pensé que ya no quedaba. Mis amigos también me han llevado más rápido. He conocido nueva gente: a los “cagones”, que son de todo menos cagones; a aquellos espontáneos con los que comentas la jugada y compartes durantes un buen rato lo único que os unió y que nunca les volverás a ver, o sí. Ves a antiguos colegas del cole, del instituto, de la universidad, del trabajo, de este viaje o aquel. Y una de las sensaciones más curiosas, y más grandes, que es la de correr por tu circuito de siempre, y cogerle cariño: ese bordillo que hay que saltar, esa curva cuesta arriba, esa farola que está apagada y a veces se enciende cuando pasas, ese árbol. Todos esos detalles te han visto pasar con lluvia, con nieve, con sol sofocante, con día primaveral. Estudias cada detalle sin tú saberlo, para años después sorprenderte paseando por ese mismo sitio, y te sale una sonrisa, una alegría irracional, y unas palabras que dicen: “por aquí corrí yo”.

Así que voy a contestar a la pregunta con la mejor de todas las respuestas. Me la sugirió un tal Luis a nuestro paso por Mendoza en Argentina, y responde a casi cualquier pregunta.

¿Por qué corro? Porque TENGO GANAS.

Y como tenemos muchas, pero que muchas ganas, nos vamos a Ámsterdam, que nos está esperando…